Un par de botas, con sus cordones entrelazados, colgaba de
los cables del teléfono.
Él se había quedado mirándolas con la mirada perdida,
pensando en lo que le había llevado hasta aquel lugar.
El horizonte, nunca más acorde con su nombre, apenas era una
borrosa línea horizontal en la lejanía, separando el azul infinito y el ocre de
la tierra. Esa línea difusa se borraba en algunos puntos, desapareciendo por
completo tras nubes de polvo que el viento levantaba sin piedad, azotando a
ráfagas el rostro de Lukas.
La línea apenas se veía interrumpida por un pequeño otero
que se alzaba solitario por poniente, ocultando los últimos rayos de un sol
que, cansado, buscaba ya acostarse y descansar.
¿Qué hacía en aquel lugar? Hacía ya una hora que su coche se
había detenido en aquella carretera que parecía no conducir a ninguna parte,
después de ratear un pequeño trecho sin una razón aparente que lo justificase.
Tal vez, aquel diabólico camino condujera al averno. Al
menos, el calor que hacía y el tono incendiario que se iba apoderando del
horizonte así lo sugerían, pensó Lukas para sí.
¿Qué le había llevado hasta allá? Esa era la pregunta que,
una y otra vez, venía a su mente. Tenía que pararse a pensar seriamente en su
vida, se venía diciendo a sí mismo desde hacía algún tiempo. ¡Una hora! Llevaba
ya una hora allá, parado y sin saber que hacer, no pasaba nadie, -Quien iba a
pasar por allá- y la maldita Blackberry sin cobertura.
Volvió a mirar la hilera de postes de madera que, a modo de
cruces, transportaban sobre sus brazos los cables de teléfono hasta perderse en
el infinito horizonte que separaba el ocre de los campos en barbecho y el
bermellón del cielo crepuscular.
Y volvió a mirar al par de botas que colgaban del cable de
teléfono justo donde se había detenido su viejo Escort, cual nefasto presagio,
recordándole que a partir de ahí tendría que caminar si quería llegar a alguna
parte.
¿Cómo demonios habían llegado esas botas hasta allá? ¿Quién
podía haber tenido la ocurrencia de lanzarlas y dejarlas colgando del cable de
teléfono, en mitad de la nada? ¿Por qué? ¿Para qué?
Sólo se le ocurrían preguntas sin respuesta. Y pensó que,
por cierto, a él le vendrían muy bien esas botas, si tenía que ir caminando
hasta el próximo lugar habitado.
Los zapatos que llevaba, de fina piel de cocodrilo, (eso le
había dicho, al menos, la mujer que se los vendió), no eran lo más adecuado
para una larga caminata por aquella ruta irregular y cubierta de socavones y
tierra roja.
Iba a acabar con los pies destrozados, se decía para sí;
pero lo que más rabia le daba era que aquellos preciosos zapatos de piel de
cocodrilo, a juego con el cinto que sujetaba el pantalón de su traje marfil,
iban a acabar tan maltrechos que nunca podrían recuperar su prestancia.
¿Qué hago yo aquí? Dijo de nuevo para sí. Y abriendo la
maleta del coche, aquel coche al que tanta estima tenía, aquel Escort RS Cosworth
del 82 pintado en rojo vivo y cruzado por una raya blanca longitudinal por
el lado del pasajero, tal y como había visto una vez en un mustang de aquella
película, ¿Cómo se titulaba?, se puso a rebuscar en las maletas.
Realmente, no sabía muy bien lo que buscaba. Desde luego,
necesitaba calzado. Pero, ¿Cuál? Necesitaba algo cómodo, que no le destrozara
los pies caminando, y que no importase mucho si se ensuciaba de polvo porque,
¡Con los de cocodrilo, ni pensarlo!
Pero también debería quitarse el traje; aquel traje claro
era apropiado para viajar, ligero y fresco, pero con el polvo de la carretera y
el sudor de la caminata ¡Iba a acabar para el arrastre! Tenía que buscar algo que
fuera ligero, fresco y cómodo, sí, pero que no sufriera mucho con el castigo
que le iba a dar.
¡Quién le habría mandado meterse en ese fregado! Mira que se
lo pensó, y había dudado hasta el último momento! ¿Por qué me tiene que pasar
esto?
Enfrascado en esos pensamientos, y buscando ropa para
cambiarse, escuchó de pronto detrás suyo el chirriar de unos frenos y el
soplido de un compresor al detenerse un camión.
Tal y como estaba, rebuscando en la maleta, miró de reojo,
sin cambiar de postura ni sacar las manos de la maleta, tratando de averiguar
lo que estaba ocurriendo. Y de pronto oyó una voz femenina que le preguntaba:
- ¿Necesita ayuda?
Ella
Lukas estaba confuso; muy confuso. Se incorporó bruscamente,
y se golpeó en la cabeza con la tapa del maletero de su Escort. Diría que
estaba extremadamente confuso.
La llegada del camión le había sorprendido porque no la
esperaba, y porque estaba enfrascado en buscar algo para ponerse y no se había percatado
de nada hasta escuchar el suspiro del compresor. ¿Cómo podía siquiera pensar,
después de una hora de absoluto silencio sólo roto por el viento, que pudiera
pasar alguien por allá?
Y estaba confuso, muy confuso, porque de aquel camión, que
no esperaba, surgía una voz femenina; aquella voz… él conocía aquella voz. La había
oído ese mismo día, y juraría que había sido en el bar de carretera donde se
había detenido a reponer fuerzas.
Lo juraría, si; estaba seguro de que se trataba de la voz de
aquella pelirroja de aspecto desaliñado y enormes ojos verdes con quien había
intentado entablar conversación y que, en un tono nada amistoso, le había
mandado a tomar ….
Así que, aunque estaba de un humor de perros, se dio la
vuelta, levantó la cabeza, y saludó señalando a su coche con la mano.
- Hola; -dijo- Esta joya del paleolítico ha
decidido que no quiere seguir avanzando, y estaba buscando en mi maleta un
calzado más cómodo para ir caminando hasta la próxima gasolinera.
- Y, ¿Qué le ocurre a su coche?
- Y yo que sé; de mecánica, cero; diría que se ha
cansado, sin más. ¿Puedes acercarme hasta un taller?
Ella se bajó del camión, y dijo:
- María.
Y le tendió la mano.
- ¿Qué?
- Que me llamo María. ¿Y tú?
- Lukas. Me llamo Lucas; -dijo estrechando la mano
de María, no sin cierto recelo.- Tienes que perdonar mi reacción; primero este
trasto me deja tirado en mitad de una especie de desierto, en una carretera por
la que no pasa nadie; luego, el celular no tiene cobertura, así que no puedo
llamar para que venga una grúa a llevarse mi coche a un taller; y cuando ya
está anocheciendo y me estoy preparando para una larga travesía nocturna por el
desierto, vas y apareces de pronto preguntando si necesito ayuda. No estaba
siendo mi mejor día. Comprenderás que me ha costado reaccionar y asimilar lo
que estaba ocurriendo.
- Vamos a echarle un vistazo. Abre el capó; sabrás
de mecánica tanto como para eso, ¿No?
- ¡…!
- Lo más probable es que tengas obstruido el
filtro. En estas carreteras llenas de polvo, es frecuente que ocurra. Y si no llega
aire al carburador, la máquina se para…
Ella agarró la caja de herramientas que llevaba en el arcón
del costado de su Volvo de 480 CV y se puso a desmontar el filtro del Escort.
Al poco tiempo ya lo tenía en la mano, lo sacudía contra el
parachoques para que soltase toda la mugre que se le había adherido, y soplaba
para dejarlo lo más limpio posible.
Lukas, entre tanto, observaba la escena con un aire
contemplativo, absorto en sus pensamientos.
Aunque estaba anocheciendo, aún hacía mucho calor. A María
se le había empapado en sudor la camiseta de tiras que llevaba, adhiriéndose a
su cuerpo como una segunda piel.
No podía dejar de pensar en la suerte que había tenido,
después de todo, mientras la observaba manipular bajo el capó del Escort.
Mira por dónde,
se decía, a mediodía había intentado entablar conversación con ella sin ningún
éxito y, ahora, ella se paraba cuando el más ayuda necesitaba, como si nada, y se
ponía a arreglar su coche.
La observaba en aquella postura y no podía dejar de soñar.
Cerró los ojos, y su imaginación voló a través del desierto, hasta un oasis con
una laguna de frescas aguas donde ella se desnudaba para limpiarse el sudor.
Ellos
Brrroooomm!! De pronto, el ruido del motor del Escort le
trajo a la realidad, cayéndose de la palmera. Ni se había dado cuenta de que
ella había vuelto a montar el filtro, se había montado en el coche, y lo había
puesto en marcha.
María salía del coche, con la frente perlada en sudor, y una
amplia sonrisa en el rostro que dejó a Lukas flotando en una nube.
- Ya lo tienes. Sólo estaba sucio el filtro; muy
sucio, a decir verdad. Pero ya está. Estos coches antiguos, que no tienen
electrónica, son mucho más fáciles de reparar, siempre que no lo rompas del
todo.
- Así que, Lukas, aquí tienes tu troncomóvil,
vivito y coleando, dispuesto otra vez para llevarte a donde vayas.
-- No sé cómo voy a poder agradecerte lo que hoy
has hecho por mí. No sé a donde
vas pero, dado que llevábamos la misma dirección, te invito a cenar en donde tu
quieras… ¿A dónde vas?
- A todas partes, y a ninguna; – dijo – Vivo en mi
camión, duermo en mi camión, ceno al lado de mi camión en cualquier sitio, …
Voy de aquí para allá, según me contraten para llevar la carga, siempre por
teléfono. Me envían un SMS con el lugar de embarque de la siguiente carga y el
destino de la misma, y así vivo.
Te agradezco la invitación, pero no es una buena idea. Ya llevo retraso
y tengo que seguir ruta. Y tu, ¿a dónde ibas?
María se dirigía ya hacia su cabina, mientras hablaban.
- La verdad, iba a un lugar cercano con idea de
quedarme unos días; pero no me preguntes para qué.
- ¿…?
- María, muchas gracias de nuevo por tu ayuda, y
que te vaya bien.
- ¿…?
- Hasta pronto.
Y montando en su viejo Escort RS, Lukas se alejó siguiendo a
los postes de teléfono, hasta que las luces traseras se fueron haciendo
diminutas y desaparecieron en la línea oscura del horizonte definitivamente.
María se quedó pensando en la ingratitud de la vida; pensó
que, nuevamente, iba a dormir sola
en el catre de la parte trasera de la cabina de su camión, en mitad de
la noche, en mitad de ninguna parte.
Y se quitó la camiseta de tiras mojada, se secó con una toalla,
se puso una camiseta limpia; montó en la cabina de su Volvo, y se alejó de
allá, camino de ninguna parte.
Sólo quedaron las botas; aquel par de botas, colgado del
cable del teléfono.
¡Qué descubrimiento este blog, Mikel!
ResponderEliminarEl barco de la entrada es impresionante.
A partir de ahora lo consideraré un rinconcito de lectura en el que esconderse de vez en cuando.
Saludos.
Wow, this is a wonderful story and the artwork enhances it beautifully. I really like the sailboat painting! I came to this blog to tell you that I couldn't find a comment section on your beech tree post today, on the other blog. Is there a place to comment there? Anyway, the beech forest does appear to be a magical place, and the story of its origin is interesting. Thanks!
ResponderEliminar